LONDRES (Reuters Breakingviews) – Desde el inicio de la nefasta invasión de Ucrania por parte del presidente Vladimir Putin, Rusia ha sido expulsada del sistema financiero occidental y castigada con diversas sanciones económicas y financieras internacionales. En su intervención en el Foro Económico Mundial de Davos a principios de esta semana, el presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, pidió el «máximo» de sanciones posibles para que Rusia «conozca claramente las consecuencias inmediatas de sus acciones».
Los responsables políticos suelen considerar estas medidas como una forma relativamente rápida e indolora para los países respetuosos con la ley de castigar a quienes las transgreden. Pero la historia demuestra que su eficacia es dudosa y, en ocasiones, pueden resultar gravemente contraproducentes. Además, si hay un país que ha demostrado que puede resistir las sanciones ese es Rusia.
Según el nuevo y oportuno libro de Nicholas Mulder, «The Economic Weapon» («El arma económica»), la primera en aplicar sanciones en la historia fue Atenas, que impuso una prohibición al comercio con la ciudad portuaria griega de Megara en el año 432 a.C. Pero su uso no despegó hasta la Primera Guerra Mundial, cuando Reino Unido y Francia levantaron un amplio bloqueo económico contra Alemania y sus aliados. Después de la guerra, las sanciones se consideraron una herramienta para mantener la paz entre los países. El presidente estadounidense Woodrow Wilson creía que su amenaza es la de «un aislamiento absoluto (…) que hace entrar en razón a una nación».
La Sociedad de Naciones se creó en 1920 con el poder de imponer sanciones a los países que infringieran el derecho internacional. En sus primeros años hubo un par de éxitos: las posibles incursiones de Grecia y Yugoslavia en sus Estados vecinos fueron detenidas por la amenaza de la Sociedad de Naciones de bloquear su comercio exterior. La verdadera prueba llegó en 1935, cuando el líder fascista italiano Mussolini invadió Etiopía. Todos los 58 miembros de la Sociedad de Naciones, excepto seis, aplicaron sanciones contra Italia, estrangulando sus exportaciones para reducir el acceso del país a las reservas de divisas y limitar su capacidad de hacer la guerra. Sin embargo, tras varios meses de lucha, el ejército de Mussolini logró entrar en Adís Abeba y se levantaron las sanciones.
Hay varias lecciones que aprender de este fracaso. En primer lugar, que las armas económicas son menos eficaces cuando se despliegan contra Estados grandes. En segundo lugar, hay recordar que los primeros defensores de las sanciones, como Wilson, tenían una visión ingenua de la naturaleza humana. Creían que los países agresores desistirían de sus acciones bélicas cuando sus intereses materiales se vieran amenazados. La triste verdad es que las naciones y sus gobernantes, especialmente los autocráticos, tienen a veces otras prioridades. En tercer lugar, los bloqueos económicos incompletos son ineficaces. Tanto Estados Unidos como Alemania se mantuvieron neutrales durante la guerra ítalo-abisinia y la Sociedad de Naciones no consiguió cortar los suministros de petróleo de Italia.
El aislamiento de Mussolini en la escena mundial lo empujó a los brazos de Hitler. Alemania y Japón, temiendo que el arma económica se desplegara a continuación contra ellos, aceleraron su búsqueda de la autosuficiencia en materias primas. En el caso de Alemania, esto significó adentrarse más en Europa Central, anexionándose Austria en 1938 y toda Checoslovaquia al año siguiente. Hitler llegó a decir a un diplomático extranjero en 1939 que necesitaba a Ucrania para que los alemanes no volvieran a pasar hambre. La desesperada necesidad de petróleo de Japón acabó por llevar al país a un conflicto con Estados Unidos. Así, las sanciones contra Italia aceleraron el inicio de la Segunda Guerra Mundial.
Ahora la Rusia de Putin es el paria internacional. A diferencia de Italia, los abundantes recursos naturales del país lo hacen extraordinariamente resistente a la presión económica externa. De hecho, las sanciones se utilizaron por primera vez contra Rusia después de que los bolcheviques tomaran el poder en 1917, en lo que Mulder llama en su libro una forma de «contrarrevolución barata». El nuevo régimen resistió este asedio económico e incluso utilizó su monopolio comercial para retener productos básicos para Europa, al igual que hoy Rusia impide que el trigo ucraniano llegue a los mercados extranjeros. A principios de la década de 1930, cuando los soviéticos cesaron casi todo el comercio con el mundo exterior, la autarquía rusa era completa.
La oposición internacional a Putin tampoco es unánime. Según el experto en comercio internacional Simon Evenett, por cada país que sanciona a Rusia hay tres que no lo hacen, entre ellos China e India. Aproximadamente la mitad de las exportaciones rusas se dirigen a estos países, cuya cuota de exportación ha aumentado considerablemente en la última década. Además, Europa sigue dependiendo de la energía rusa. En los últimos tres meses, las importaciones rusas han caído más rápido que las exportaciones, produciendo un superávit comercial récord. Aunque los países occidentales se han apoderado de las reservas de divisas de Rusia, el rublo se ha fortalecido frente al dólar estadounidense. Evenett calcula que una prohibición europea de las importaciones de energía rusa reduciría permanentemente su PIB en apenas un 1%.
Al comienzo de la Primera Guerra Mundial, Rusia representaba alrededor de una cuarta parte de las inversiones francesas en el extranjero. El entonces presidente francés Georges Clemenceau impuso sanciones en un intento desesperado por conseguir que los bolcheviques cumplieran las obligaciones acordadas por el anterior régimen zarista. Los tiempos han cambiado. Ahora, Washington está forzando activamente un impago ruso al prohibir a los bancos occidentales recibir pagos de Moscú. El valor de las acciones y bonos rusos en manos de extranjeros se han reducido a cero. Empresas multinacionales como McDonald’s, Renault, British American Tobacco, Heineken y BP están vendiendo sus operaciones rusas a precios de saldo.
Es difícil ver cómo la cancelación de cientos de miles de millones de dólares de inversiones extranjeras en Rusia va a persuadir a Putin para que cambie su comportamiento. Sin embargo, estos hechos notables ponen de relieve otra característica no deseada de las sanciones: eliminan las protecciones legales tradicionales concedidas a la propiedad privada, exponiendo a los inversores a las depredaciones arbitrarias por parte del Estado. Los primeros críticos de las restricciones económicas tenían una preocupación aún mayor. Las sanciones, decían, desdibujan la línea entre el estado de guerra y el de paz. No está claro en qué momento una nación sancionada considerará que un castigo adicional es un acto de guerra. El inversor multimillonario George Soros dijo a la audiencia del Foro de Davos esta semana que, en su opinión, la Tercera Guerra Mundial ya está en marcha.
El peligro a más largo plazo es que la invasión de Ucrania y las sanciones rusas que la acompañan, como las impuestas a Italia a mediados de la década de 1930, den un nuevo impulso a la desglobalización, llevando a Rusia al campo de China y poniendo en peligro el sistema financiero basado en el dólar estadounidense. Evenett advierte que el advenimiento de un mundo polarizado podría dar lugar a más activos abandonados para los inversores occidentales. No es un resultado deseable, pero se ha puesto en marcha una cadena de acontecimientos que puede hacerlo inevitable.
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