El presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, inicia un segundo mandato para regir la nación petrolera hasta 2025, desafiando un cerco diplomático de gobiernos que cuestionan la legitimidad de su reelección, en un país donde la profunda crisis económica ha empujado a millones a emigrar.
Para los líderes opositores, la ceremonia de juramentación mostrará internacionalmente a Maduro como un dictador después de unas elecciones en mayo del año pasado en la que la mayoría de los partidos de oposición no participó ante la falta de garantías, y que fueron consideradas por algunos gobiernos del mundo como una farsa.
Pero con el apoyo de las fuerzas militares, una oposición fracturada que no logra articularse, y una campaña incesante contra sus rivales ideológicos, Maduro parece enfrentar pocos obstáculos en casa pese a sus bajos niveles de aprobación y la crítica internacional.
El mandatario, de 56 años y heredero político del fallecido Hugo Chávez, aseguró el miércoles que Venezuela tiene una democracia «impecable» y le honra que Estados Unidos y otros países lo llamen dictador.
«Han querido convertir una juramentación constitucional, protocolar, formal en una guerra mundial», dijo Maduro en una conferencia de prensa. «Pero les digo también en esta oportunidad: llueva, truene o relampaguee vamos a volver triunfar».
En las calles del centro capitalino se reforzó la presencia militar y policial. Desde el miércoles, algunos postes de iluminación en las avenidas fueron decorados con pequeños afiches a color con la consigna «Yo soy Presidente».
Los venezolanos viven agobiados por una recesión que ya lleva cinco años y una astronómica hiperinflación que se traduce en la escasez de productos básicos, frecuentes cortes en los servicios de agua y luz, ausencia de transporte público y suministro de gas doméstico. Hoy un salario mínimo no alcanza para comprar un cartón de huevos.
En los alrededores del edificio de la Asamblea, Enrique Salazar, un vendedor informal de 53 años, dijo que Maduro debe hacer algo y actuar porque «el país se está cayendo a pedazos».
«El pobre está sufriendo y el rico se está volviendo más rico», agregó.
De acuerdo con las Naciones Unidas, la crisis ha provocado la migración de unas 3 millones de personas desde el 2015 y generado una emergencia humanitaria en países vecinos.
Grupos de ciudadanos han protestado en distintas zonas del país pero sin la organización de la oposición, que está dividida y sin liderazgo porque sus principales dirigentes están fuera del país o detenidos.
Además de la coyuntura interna, Maduro enfrenta un aislamiento internacional con sanciones de la Unión Europa y Estados Unidos. Incluso, países de la región que forman parte del Grupo de Lima no reconocerán el nuevo mandato.
La Venezuela de hoy contrasta con la de Chávez, pero refleja las consecuencias de su modelo de controles económicos y políticos. El poder adquisitivo de la gente se ha desvanecido, la desnutrición y las enfermedades se multiplican. Se pueden ver billetes que ya no alcanzan para comprar nada tirados en basureros en la calle.
Maduro aún cuenta con un puñado de poderosos aliados.
Aunque suele presumir sus alianzas con China, Rusia y más recientemente con Turquía, Pekín y Moscú no han otorgado nuevos préstamos mientras crecen las necesidades de financiamiento ante los menores ingresos de la petrolera estatal PDVSA. La firma es la mayor fuente de divisas del país, pero su producción ha caído a los niveles más bajos en siete décadas.
Pero en Venezuela algunos, incluso oficialistas, confían que el futuro pueda ser mejor. Es el caso de Daceli Valecillos, un ama de casa de 29 años que llegó a Caracas desde el oriental estado Monagas con un grupo de personas gracias a la ayuda del PSUV, partido donde milita. En sus brazos tenía a su hijo de 7 meses.
«Le pido al presidente que se centre en los aumentos de salarios. Cada vez que aumenta es un golpe para este país», dijo. «No sabemos hasta cuándo aguantaremos», apuntó.
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