Por Marco Zanelli Berríos.
Con una trayectoria de treinta años, que incluye por lo menos una decena de publicaciones, es justo que el narrador Ricardo Sumalavia nos traiga esta vez noticias del pasado. Tras la publicación de «Croac y el nuevo fin del mundo», su atrevida «micronovela» sobre una rana parlante, este año el escritor ha sacado a la luz reediciones de «Habitaciones» (Personaje secundario) y «Mientras huya el cuerpo» (Seix Barral). Libros que, en su momento, abrieron nuevas vías para la literatura peruana.
Sobre «Mientras huya el cuerpo», precisamente, Sumalavia conversó con Latina Noticias. Una novela que arranca con un relato de corte policial —la investigación que emprende un exteniente de la Policía sobre el asesinato de una mujer a manos de su marido, minutos antes de que este se suicide— para, páginas después, convertirse en el desentrañamiento metaliterario de esta historia con tintes de autoficción. Literatura rara, dirían algunos; o de laboratorio, en palabras del mismo autor.
«Quería responder literariamente a por qué quise escribir esta historia. Fue un asesinato que yo había leído en un periódico (en El País, de España): un español que asesina de manera absurda a su esposa peruana. Yo lo traslado a Lima. Pero yo quería hacer un ajuste de cuentas con este tipo de acciones entre lo político, social, literario, íntimo, colectivo, etcétera», señaló.
Leer «Mientras huya el cuerpo» pone un poco en aprietos a quien quiera entrevistarte, porque su desciframiento ya está de algún modo desarrollado en el mismo libro. ¿Es esto lo que suele llamarse literatura de laboratorio?
Yo creo en general que toda mi literatura es una literatura de laboratorio. Lo entiendo en varios sentidos. El laboratorio implica que a partir de conocimientos previos —teóricos y de vida—, quieres verificar o comprobar que tus teorías funcionan. Otro camino es el laboratorio en el que vas probando para descubrir algo. En la experimentación puedes encontrar otra vía. Para mí ese puede ser un principio válido para este libro y para todos los que he escrito, sobre todo para los últimos, donde el laboratorio está más presente. En mi literatura, en esta novela en particular, detrás de todo ese laboratorio, de toda esa explicación del cuento y cocina literaria, hay literatura. Se convierte en literatura misma.
Tu novela no es exactamente una novela policial, pero está cercana al género. ¿Quién es el detective, finalmente? ¿El narrador, quien hurga en sus motivaciones para escribir un relato de ese corte, o el lector, quien sigue el hilo de esta madeja?
Creo que, en general, trasladándolo a todas las literaturas, un escritor siempre es un detective de alguna u otra manera. Un detective siempre está buscando una verdad; en el policial, hay una verdad concreta: ¿quién cometió el crimen? En el caso del escritor, hay una verdad humana, que sabe que está allí, aunque no sabe cómo llegar a ella. Entonces se plantea las «inmensas preguntas celestes», como decía Antonio Cisneros. La escritura misma es ese proceso de investigación. Por eso, quienes han teorizado sobre la novela policial, como (Ricardo) Piglia en el caso latinoamericano, hablan de dos relatos: el relato de la investigación misma y todo lo que es la deducción, los hechos, las acciones, y luego preguntarse por estas últimas. En el policial, todos participan: el escritor es quien arma esta estrategia; el detective es quien va tras las pistas. Pero a nivel del género, el narrador da pistas para que el lector vaya construyendo su propia narración. Lo que le encanta a un lector de policiales es que él mismo descubra quién es el criminal antes que el propio detective, o sorprenderse, o ir codo a codo casi como si fuera el doctor Watson. En «Mientras huya el cuerpo», el narrador convoca a sus propios demonios en diferentes planos y capas para que todos se sumen a esa fiesta de preguntas. Por eso esta novela puede parecer caótica, digresiva, pero todo eso forma parte de su estrategia, del truco de magia.
Hay un pasaje en el que el narrador relata que su acercamiento al policial surgió de una lectura a escondidas, porque relatos de ese tipo formaban parte de una revista para adultos. Si este no fue tu caso, ¿cómo continuó interesándote el género?
Yo tuve un acercamiento desde un punto de vista teórico. Todos saben que soy profesor universitario, mi tesina de bachillerato fue acerca de la novela «La conciencia del límite último», de Carlos Calderón Fajardo, y esto me llevó a investigar más sobre el policial latinoamericano, hasta que me dije: ¿yo podré escribir un relato policial? Es así como surge el cuento «Mientras huya el cuerpo», que luego se transforma en la novela. Pero por otro lado, si bien tengo ese filón académico, intelectual, racional, como escritor también echo mano de mi vida, mi pasado, todo lo que he podido ver, saborear, descubrir y todo lo que me ha impactado en mi infancia —nací y crecí en Barrios Altos—, donde las historias y la aventura me ha atraído. Eran dos grandes polos. De ahí que la novela tenga un sesgo de autoficción. Hay gente que piensa que quien escribe con elementos de autoficción se está subiendo al carro (del género), pero es algo que formalmente se le llama así, desde la academia, desde la década del 70 y tiene más años que sus detractores. Entonces, quise usar esta estrategia para mostrar mis distintas caras. Una imagen poliédrica que la vida me ha llevado a tener.
Aunque no es un tema que ponga en marcha «Mientras huya el cuerpo», hay más de una alusión a la dictadura fujimorista y a otros episodios de nuestra historia que puede desbaratar a quien diga que no te interesa hablar del Perú en tu obra. ¿Nunca te has planteado escribir una ficción sumergida por entero en nuestra tradición realista, es decir, escribir una novela «normal»?
Sucede que, según yo, escribo novelas normales. Por lo tanto, la gran pregunta es: ¿qué es lo normal? La noción de normalidad es una convención tal y como la entiendo yo y muchos creadores. Una convención social para que un grupo humano pueda desenvolverse en cierta armonía. Es verdad que cuando alguien rompe con esa norma se va hacia lo anormal, y yo siempre me he sentido bastante afín hacia esta otra normalidad. Cuando vivimos la pandemia, pasamos a otra normalidad y ya es parte de nuestro vocabulario hablar de este término. Entonces, creo que nuestras nociones de realidad, normalidad, anormalidad, son hilos bastante fáciles de desmenuzar y me ha llevado a escribir desde «Mientras huya el cuerpo», «No somos nosotros» e «Historia de un brazo». Lo que supera a esa normalidad es cuando entras a un ámbito donde ya no puedes explicarlo todo. Incluso la normalidad que pretendo crear la rompo, también, y allí se genera esa situación de ambigüedad. Soy consciente que eso pasa en mis libros. No me he propuesto escribir algo diferente, ni alejarme de la tradición narrativa peruana. Si hubiera podido, habría tratado de escribir cuentos como los de Julio Ramón Ribeyro o novelas como las de Vargas Llosa o Bryce Echenique, pero no me nace. Mi registro es distinto para bien o para mal.
«Mientras huya el cuerpo» nos permite ingresar a la cocina literaria de un escritor. Nos fijamos en sus insumos antes que en lo anecdótico. La prensa suele entender como «cocina literaria» a la hora en que un escritor escribe. ¿Te parece que solemos fijarnos en esto último antes que en lo esencial?
Lo que me estás preguntando es una crítica a los periodistas culturales. Pasa algo que entiendo: vivimos en un tiempo demasiado acelerado, donde las actividades se han multiplicado, y vamos a una velocidad en la que muchos no leen el libro. Alguna razón habrán tenido para no leerlo. En muchos casos, la cocina literaria se convierte en la parte más retórica de las entrevistas literarias. Están bien en un inicio y en un contexto. Pero también he tenido entrevistas donde se arrancan con preguntas generales y de pronto me lanza una pregunta que me interpela y me permite una reflexión. En el Perú, se le quiere acusar al responsable de la prensa cultural, cuando la culpa no es de él sobre lo que nos pasa en la crítica literaria peruana. Pensadores, claro que hay, pero no hay espacios. Las redes son una alternativa, pero también tienen una dinámica muy especial. Muchos compradores compran a la opinión, pero si hablamos de una literatura siempre hay que cuestionar. «Mientras huya el cuerpo» trata de ir del detalle (de la cocina literaria): ¿por qué el protagonista toma cocoa y no café? ¿Por qué se llama Apolo? Lo que puede parecernos banal, puede ser un punto clave en nuestra vida.
Me resulta curioso que la novela dialogue con un autor como Samuel Beckett. A él, o mejor dicho a una traducción de una declaración suya, le debes el título del libro. ¿Cuán fundamental fue para ti?
Enormemente. Beckett es un autor entendido como el autor del absurdo, entre muchos otros. En la novela planteo que el absurdo surge de un acto violento contra él, quien es acuchillado por un vagabundo que le pide unas monedas en la calle. Él quiere entender por qué el ser humano es capaz de eso, tiene oportunidad de preguntarle al sujeto de la cárcel por qué lo ha acuchillado y le dice «no sé». Es ahí que uno dice: somos capaces del absurdo. Beckett después realiza el teatro del absurdo, pero trata de ir mucho más allá. Su literatura, cuando era joven lector, leo su obra teatral, sus novelas —»Malone muere», «Molloy» y «El innombrable»— fueron fundamentales para mi formación. Y su imagen acuchillada me persiguió durante años. Como me tocó vivir en Francia, en la ciudad de Burdeos, me dio el espacio propicio para tener esos estímulos más cercanos, además que me interesa mucho el surrealismo. Además que Beckett asumió el francés como lengua literaria, entonces la imagen de la traducción, un pensamiento que pasa de unos códigos de determinada lengua a otros, eso cambia la visión del mundo.
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