Lleva el blazer preferido del ajuar de sastres negros de su colección. Es Alan García Pérez en el retrato que marcó su vida para siempre. Contempla los barrotes de una cárcel que parece llevar marcada en la mente, que le trae recuerdos.
Corría el año 1987. Una foto deja ver al entonces presidente Alan García Pérez realizar una visita oficial al penal San Pedro, hoy conocido como Lurigancho. Una de sus manos reposa sobre los barrotes de una celda y frente a él, un grupo de presos parece pedirle clemencia, ellos se han aglomerado para verlo.
Han escuchado, tal vez, que el nuevo presidente de la República tiene una fijación con las cárceles, probablemente relacionada con uno de sus más grandes miedos. A Alan Gabriel Ludwig García Pérez le tocó conocer las carencias que provoca la cárcel desde muy joven.
En una de esas entrevistas donde Alan García se convertía en cazador de votantes indecisos y votantes en blanco para disputarse la segunda vuelta con Alejandro Toledo en el 2001, tenía que contar una historia que pueda calar en el corazón de los peruanos y esa era la relación de su padre con la prisión. Tal vez por eso, ya presidente, regresó con su padre al mismo lugar.
En las imágenes exclusivas del archivo político de Latina Televisión, vemos la visita del expresidente, hace 33 años, a ‘El Sexto’. Llamado así por estar cerca a la sexta comisaría de Alfonso Ugarte y que estaba ubicado en la cuadra cuatro de la hoy av. Bolivia, en el Centro de Lima.
Paradójicamente el nombre del penal era San Gabriel. El segundo de los tres nombres que Don Carlos había puesto a su hijo. Ese día habían llegado con una misión. Llegaba a cerrar la prisión y, con ello, cerrar quizá la herida que llevaba en el alma.
La mirada del entonces joven presidente Alan García lucía perdida. Buscando tal vez una respuesta para explicar por qué su padre tuvo que pasar ocho largos años encerrado en aquel infierno. Perseguido por sus ideas políticas.
Don Carlos no podía creer que, casi treinta años después, ‘El Sexto’ seguía siendo “el infierno”, como lo llamaban. Las camas seguían siendo los fríos y agrietados pedazos de cemento. Los colchones pedazos de tela rotos con rellenos de paja que salían por todos lados. Paredes carcomidas por la humedad donde reposaban desaseadas letrinas. Rumas de escritorios, maderas y despojos. Inmundicia donde se pose la mirada.
Aquella tarde de 1986, Alan García Pérez se declaraba por primera vez y ante todos como el paladín de su nueva política de despenalización en las cárceles. Durante los últimos años de su segundo gobierno, aquel afán de despenalización superó todos los límites.
El recuerdo de una cárcel y el terror que podría provocar este recuerdo en Alan García parecía ponerlo en compromiso. Corría el año 2010 y el escándalo “Narcoindultos” estallaba.
Seis años después de la entrevista en Sin Medias Tintas, donde negaba que lloraba por la persecución y que era fuerte, el 19 de abril de 2019, otro verso sorprende. Es la carta que escribió el expresidente Alan García antes de morir y que ahora aparece con su firma, es leída por su hija Luciana García horas antes de su cremación.
Cada palabra devela las razones de por qué no quiso pisar una cárcel. Y pocas veces el mismo García Pérez reconocía sus temores, pocas veces el expresidente hablaba de la muerte, pero llegó aquel momento en que no pudo esquivar sus propios fantasmas sobre el más allá.
“Todos estamos aquí por alguna razón. Hay un destino por cumplir, hay una obligación predeterminada por cumplir, con la libertad para cumplirla o no y creo que la muerte es el reencuentro con la obligación que uno tuvo que cumplir en la vida…Yo sí creo en la espiritualidad, en la trascendencia después, si no, no tendría valor nada. De lo que hicimos. Y entonces yo me imagino que en la muerte uno se encuentra, se identifica, con el ser supremo absoluto. Estoy seguro que hay una forma de consciencia post mortem”, decía García, en 2001, a un programa de Latina.
Alan García confiaba en su trascendencia después de la muerte. Tenía 51 años cuando lo contó en un talk show.
Sus palabras nos llevan de nuevo a 1986. Al penal San Gabriel conocido como ‘El Sexto’, a la cárcel que lo marcó en vida. Es allí donde por primera vez constataba en compañía de su padre lo que era vivir dentro de una prisión.
Donde las puertas de cada celda parecen amasijos de fierros oxidados. Donde la humedad carcome las paredes y el tiempo se hace eternidad entre mosquitos e inmundicia. Allí había pasado su padre 8 años, donde Carlos García fue bautizado como el mudo pues no hablaba con nadie. Y hasta tenía temor de revelar cualquier detalle del APRA que pudiera perjudicarlo, volvía con su hijo convertido en presidente.
Al parecer esta relación padre-cárcel acompañó a Alan García hasta el día 17 de abril cuando decidió no bajar las escaleras y encerrarse en su dormitorio para cumplir con esa obligación predeterminada. La prisión no estaba en sus planes y es que más de una vez se imaginó el escenario de su muerte.
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