Biden visita la frontera, por primera vez como presidente, días después de que anunció una nueva política destinada a reducir la inmigración ilegal, que recibió críticas porque limita el acceso al asilo.
CIUDAD JUÁREZ, México, 8 ene (Reuters) – El migrante venezolano Julio Márquez vende dulces cerca de la frontera en Ciudad Juárez, en México, con un cartel de cartón garabateado con rotulador: «Apóyanos con lo que salga de tu corazón».
Y tiene el mismo mensaje para el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, que visitará el domingo la ciudad texana de El Paso, justo al otro lado de la frontera.
«Que nos ayuden, que nos dejen pasar, que estamos sufriendo aquí mucho en México», dijo Márquez, de 32 años.
Biden visita la frontera, por primera vez como presidente, días después de que anunció una nueva política destinada a reducir la inmigración ilegal, que recibió críticas porque limita el acceso al asilo.
El doble enfoque ofrece vías legales para entrar a Estados Unidos a cubanos, nicaragüenses, haitianos y venezolanos que tengan patrocinadores en el país, pero expulsa de vuelta a México a personas de esos países si intentan cruzar la frontera sin permiso.
Agentes de migración mexicanos y policías estatales patrullaban el sábado las orillas de hormigón del río Grande que divide Ciudad Juárez y El Paso, mientras grupos de familias intentaban trepar por los bucles de alambre de concertina para entrar en Estados Unidos.
«Agáchate», dijo Erlan Garay, de Honduras, a una mujer colombiana y sus tres hijos, entre ellos un niño de ocho años que llevaba un juguete de Spiderman.
«Van a pedir asilo, tienen su oportunidad», dijo, añadiendo que buscaría otro lugar por donde cruzar clandestinamente, y encogiéndose de hombros ante una gota de sangre donde la valla le pinchó la mano.
Márquez dijo que él y su pareja, Yalimar Chirinos, de 19 años, no cumplen los requisitos para el nuevo programa de entrada legal porque carecen de un patrocinador estadounidense.
«Constantemente están cambiando las leyes, cada semana», dijo Chirinos, con una sudadera con capucha negra y un único guante rosa y azul para intentar protegerse del frío.
La pareja ha pasado cinco meses en México tras atravesar varios países y la peligrosa selva del Darién, entre Colombia y Panamá. Por la noche duermen en la calle, sin tienda de campaña ni mantas, abrazados unos a otros para mantenerse calientes, recelosos de los delincuentes conocidos por robar y secuestrar a inmigrantes.
En un momento dado cruzaron sin ser detectados a Texas, pero tras varios días sin comida ni un lugar donde quedarse, se entregaron a las autoridades estadounidenses, que los enviaron de vuelta a México.
Márquez dijo que aguantará otros 15 días con la esperanza de encontrar una ruta legal hacia Estados Unidos, antes de buscar una forma de regresar a Venezuela.
«No quiero estar más aquí», dijo, rompiendo a llorar. «Señor presidente, si me va a deportar, que me deporte a nuestra tierra, no aquí a México».
Otros no se inmutaron, incluso después de ser expulsados a México.
«Lánzame por donde tu quieras, que nuevamente vuelvo», dijo Jonathan Tovar, de 29 años, el viernes desde detrás de la valla de la oficina de migración de México en Ciudad Juárez. «Quiero que el presidente de los Estados Unidos nos dé la oportunidad a mí, a mi familia».
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