Este caso parece sacado de una película. Sin embargo, si sucedió y tomó al grupo de ladrones planificarlo más de un año para llevarlo a cabo.
En febrero de 2003, tras dos años de meticulosa planificación, un grupo de expertos encabezados por el joyero italiano Leonardo Notarbartolo violó todas las sofisticadas medidas de seguridad del Centro Mundial de Diamantes en Amberes, Bélgica. Este atraco se volvió famoso porque parecía de película ya que, según los partes policiales, los ladrones lograron superar los diez niveles de alta seguridad, formados por sensores sísmicos e infrarrojos.
El italiano se había hecho pasar por un joyero en Amberes, logrando conocer el edificio al milímetro. Llevaba meses ideando el robo perfecto: atracar el Centro de Diamantes de Amberes, en Bélgica, considerado por expertos como “uno de los edificios más seguros del mundo”.
Entre el 14 y el 16 de febrero de 2003, cuatro ladrones con los sugestivos apodos de Genio, Monstruo, Speedy y el Rey de las Llaves, liderados por Notarbartolo, violaron todos y cada uno de los sistemas de seguridad de la bóveda y vaciaron cien de las 189 cajas para llevarse diamantes de todo tipo por un valor de 100 millones de dólares.
La operación, planificada durante dos años, fue perfecta y los ladrones nunca habrían sido atrapados de no ser por un error que dos de ellos cometieron cuando estaban a punto de cruzar la frontera con Francia.
Capturarlos no sirvió de mucho, porque el botín nunca fue recuperado y todavía hoy se lo busca. También sigue siendo un misterio si actuaron por cuenta propia o contratados por alguien y si el robo fue un objetivo en sí mismo o una hábil maniobra para encubrir una millonaria estafa a las compañías que aseguraban los diamantes que allí se guardaban.
Cuando fue capturado – sin un solo diamante en su poder – Notarbartolo aseguró que muchas de las cajas que habían violado estaban vacías y que solo se habían llevado piedras por unos 18 millones de dólares. Según él, esas cajas habían sido vaciadas por sus propios dueños poco antes del robo para después cobrar los seguros por las piedras que ya no estaban.
De acuerdo a la investigación de las autoridades, la mente del delito fue Leonardo Notarbartolo. El primer paso que hizo fue alquilar una caja de seguridad en la bóveda, lo cual no le planteó ninguna dificultad porque ya lo conocía y, además, tenía una oficina en el mismo edificio.
Para registrar todo lo posible consiguió un lapicero con una pequeña cámara oculta con la que, Notarbartolo, fue fotografiando el interior de la bóveda cada vez que accedía a su caja de seguridad supuestamente para guardar o retirar piedras. También detectó cada uno de los sistemas de alarma, los sensores y las cámaras de vigilancia.
Descubrió que los sistemas de seguridad eran diez. Hasta la puerta exterior de la bóveda solo había una cámara, pero en la sala de monitoreo los operadores no le daban mucha importancia cuando la persona que ingresaba era alguien conocido.
La puerta tenía una cerradura simple y una combinación digital de cuatro números. Además, le habían instalado un sensor magnético que se activaba al abrirse sin autorización de un guardia.
Después de la puerta externa había otra, enrejada, a través de la cual se veía el interior de la bóveda, donde había otros cuatro sistemas de vigilancia. Por último, las paredes contaban con un sensor sísmico para evitar cualquier perforación. Es decir, a prueba de boqueteros.
Cuando ya tenía las fotos y todos esos datos, Notarbartolo se puso en contacto con tres hombres –también italianos– con quienes alguna vez había trabajado.
Uno de ellos, conocido como el Genio (Elio D’onorio), era un especialista en desactivar alarmas; el segundo, apodado Monstruo (Ferdinando Finotto), era experto en abrir cerraduras y sistemas de electricidad, además de ser un hábil conductor de autos; el tercero, conocido como el Rey de las Llaves, era un cerrajero capaz de replicar –sin siquiera tener las originales– las sofisticadas llaves de la bóveda.
También convocó a otro hombre, Speedy (Pietro Tavano), que no poseía ninguna habilidad especial, pero que era su amigo y un ladrón de probada sangre fría.
Después de guardar el botín en un lugar seguro que habían preparado previamente, Notarbartolo y su amigo Speedy se dirigieron a la frontera con Francia. Llevaban consigo una bolsa con documentos que incluían facturas, planos y otros papeles que podían relacionarlos directamente con el robo.
La intención de Notarbartolo era quemar el contenido de la bolsa una vez que estuvieran en Francia, pero Speedy, temeroso de una revisión de rutina en la frontera, insistió en destruir los papeles antes de cruzar.
Se detuvieron cerca de una granja y bajaron la bolsa. Justo cuando estaban por encender la pila de papeles, el dueño de la propiedad escuchó ruidos y los vio. Presas del pánico, dejaron la bolsa y escaparon en su auto. El granjero no revisó los papeles, pero llamó a la policía para denunciar que unos individuos habían “tirado basura en su propiedad”.
Cuando la policía revisó los papeles, el robo del Centro Mundial de Diamantes ya era noticia. Al encontrar planos y otros documentos relacionados con el edificio, se dieron cuenta de que podrían tener una pista crucial sobre los ladrones. El equipo especializado en investigar el robo tomó posesión de la “basura” y descubrieron evidencias clave.
Entre los papeles, había una factura por la compra de una cámara portátil a nombre de Leonardo Notarbartolo, un ticket de una panadería cercana y un sándwich a medio comer. Estos elementos permitieron a la policía seguir el rastro.
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