Vivió 30 años como un ciudadano ejemplar, pero escondía un asesinato: así cayó Eduardo Albarracín Trillo

Durante casi tres décadas, Eduardo Enrique Albarracín Trillo fue considerado un hombre exitoso y respetable. Dueño de un hotel en Pisco, controlador aéreo en el Aeropuerto Jorge Chávez y padre de familia, su vida parecía ejemplar. Pero todo era una farsa. Su verdadero nombre era Christian Miguel Orosco Palomino, un prófugo de la justicia estadounidense acusado de asesinato desde 1996.
En el Perú, nadie sospechaba. En Estados Unidos, en cambio, el expediente del crimen nunca fue cerrado. Christian Orosco fue arrestado por primera vez a los 18 años por disparar un arma de fuego, pero salió libre tras pagar una fianza. Tres meses después, volvió a empuñar una pistola, esta vez con consecuencias fatales. Según testigos y documentos del FBI, asesinó a James Christian Schwarz en Miami y huyó antes de ser capturado.
Consciente de que no podía seguir usando su nombre real, Christian regresó al Perú y creó una nueva identidad. En 1997, una mujer llamada Juliana Trillo registró tardíamente a un supuesto hijo llamado Eduardo Albarracín Trillo, nacido en 1980. La inscripción, hecha 17 años después del supuesto nacimiento, no levantó sospechas en la municipalidad de Pisco. Así comenzó su segunda vida.
REGRESÓ AL PERÚ COMO SI NADA
Con documentos en regla, logró ingresar a la Fuerza Aérea y luego trabajó como controlador aéreo, primero en Cusco y luego en el principal terminal aéreo del país. Al mismo tiempo, fundó un hotel en Pisco que promocionaba en entrevistas y redes sociales. En público, era un emprendedor ejemplar. En privado, un fugitivo internacional.
El detalle que encendió las alarmas fue que Eduardo Albarracín solía llamar “mamá” a Luz Palomino Loza, la madre de Christian Orosco. Además, ambos registros de nacimiento —el de Orosco en 1978 y el de Albarracín en 1980— fueron inscritos en la misma municipalidad. Estas coincidencias llamaron la atención del Grupo Especial Contra el Crimen Organizado (GRECCO) de la Policía Nacional del Perú.
Gracias a una solicitud del FBI y al cruce de información con las autoridades peruanas, se procedió a la verificación más importante: la comparación de huellas dactilares. En Perú solo estaban las huellas de Albarracín, pero en Estados Unidos conservaban las de Orosco. El resultado fue contundente: eran la misma persona.
Durante su tiempo como Albarracín, Christian Orosco adquirió bienes, sacó préstamos y se presentó ante todos como un empresario modelo. Incluso formó una familia, tuvo hijos y logró evitar cualquier conexión directa con su pasado criminal. Sin embargo, como señala el coronel Juan Bergerot, jefe del grupo GRECCO: “uno puede cambiarse el nombre, pero no las huellas”.
Ahora, con pruebas irrefutables, el caso ha sido reabierto. Eduardo Albarracín Trillo enfrenta un pedido de extradición por parte de la justicia estadounidense. Su captura marca el fin de una doble vida construida sobre una mentira y demuestra que, por más años que pasen, los crímenes del pasado siempre encuentran la forma de salir a la luz.