¿Compañía o dependencia? El lado emocional de hablar con la inteligencia artificial

Millones de personas en el mundo están encontrando consuelo emocional en sus charlas con la inteligencia artificial. Pero nuevos estudios advierten: lo que alivia, también puede generar dependencia.

Por ejemplo, un usuario canadiense programa la voz de su chatbot con acento británico porque le da tranquilidad. Otro le confiesa sus miedos más profundos. No se trata de una película de ciencia ficción, sino de interacciones reales entre humanos y asistentes virtuales como ChatGPT. Por primera vez, dos estudios del Massachusetts Institute of Technology y OpenAI analizaron cómo estas relaciones digitales afectan nuestras emociones.

La investigación combinó más de 40 millones de conversaciones reales con encuestas y ensayos experimentales. Los resultados revelan que, aunque la mayoría de los intercambios no son emocionales, algunos usuarios frecuentes sí desarrollan vínculos profundos, especialmente aquellos que se sienten solos o tienen apego ansioso. Para ellos, hablar con una IA puede ser reconfortante, aunque también riesgoso.

Desde su creación, ChatGPT fue pensado como una herramienta para escribir o aprender, pero para muchos se transformó en un refugio emocional. Un espacio para desahogarse, sentirse comprendido o simplemente ser escuchado sin ser juzgado. La pregunta que los investigadores se hacen es: ¿qué pasa cuando ese lazo se vuelve demasiado estrecho?

Según los hallazgos, el modo de voz genera una experiencia más natural y cálida a corto plazo. Sin embargo, cuando se usa en exceso, puede reforzar la sensación de cercanía con la IA y generar un mayor impacto emocional si la interacción no cumple las expectativas del usuario.

Los especialistas advierten que todavía no hay conclusiones definitivas. Los estudios son recientes, enfocados en usuarios de habla inglesa y no se aplican automáticamente a otras plataformas o contextos. Pero marcan una tendencia creciente: la tecnología está empezando a ocupar espacios emocionales que antes solo reservábamos a los vínculos humanos.

El gran desafío, aseguran, no está solo en hacer que la inteligencia artificial sea más empática, sino en entender para qué la usamos. ¿Queremos respuestas o compañía? ¿Estamos buscando herramientas… o alguien que nos escuche?

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